Lo que parecía un síntoma pasajero terminó convirtiéndose en la pesadilla más temida por cualquier familia. En mayo de 2023, a Tay Kurtul, un niño de seis años, le fue detectado un meduloblastoma, un tumor cerebral poco frecuente pero altamente agresivo. Menos de un año después, el pequeño falleció, dejando a sus padres, Laura y Toygun, sumidos en un duelo que describen como “un dolor que nunca se cura”.
Un inicio engañoso
Todo comenzó con una queja inocente: Tay le dijo a su madre que veía borroso al salir de la escuela. Tras una revisión oftalmológica que no encontró anomalías, empezaron a aparecer otros signos preocupantes: dolores de cabeza constantes, náuseas, cansancio extremo y tropiezos al caminar.
Las pruebas médicas posteriores confirmaron el diagnóstico. “Escuchar que había una masa en su cerebro fue como si el mundo se detuviera. El miedo me paralizó, no podía ni procesar lo que el pediatra decía”, recordó su madre.
Una batalla llena de obstáculos
En mayo del año pasado, Tay fue sometido a una cirugía de siete horas, en la que los médicos lograron extirpar casi todo el tumor. Sin embargo, la operación provocó el síndrome de la fosa posterior, que dejó al niño sin poder hablar, caminar ni comer por sí solo.
Aun así, la familia no perdió la esperanza y enfrentó un duro camino con sesiones de radioterapia y quimioterapia. Pero los tratamientos, en lugar de frenar la enfermedad, debilitaron aún más a Tay.
“Ver cómo la toxicidad afectaba su cerebro fue insoportable. Tuvimos que tomar la decisión más dura: parar la quimioterapia. Ya había sufrido demasiado”, relató Laura.
La pérdida que lo cambió todo
El 9 de febrero de 2024, Tay falleció en su casa, en Broughton Astley, Leicestershire. Su partida dejó un vacío irreparable.
“Cuando pierdes a un hijo, todo se vuelve gris. Él nos enseñó lo que significa amar de verdad, pero el dolor es eterno”, expresó su madre en entrevista con Mirror.
Conciencia sobre síntomas tempranos
Ahora, la familia busca crear conciencia sobre la importancia de identificar los síntomas tempranos de los tumores cerebrales en niños, convencida de que un diagnóstico oportuno puede marcar la diferencia.
“Ese momento en que nos dijeron lo que tenía nunca se borrará de mi mente. Era como gritar por dentro, mientras por fuera me quedaba sin palabras. Esa escena me perseguirá siempre”, confesó Laura.